domingo, 5 de julio de 2009

Arriba los penes, abajo los falos


FALOCENTRISMO


Falocentrismo quiere decir que el falo es el centro de la sexualidad; que toda la sexualidad se orienta y gira en torno al falo

ELTIEMPO.COM
http://www.eltiempo.com/participacion/blogs/default/un_articulo.php?id_blog=3174&id_recurso=400002734

Se dice que fue Freud quien formuló la teoría de la “envidia del pene”, según la cual las niñas descubren que su padre, sus hermanos y los demás hombres tienen pene, lo reconocen como el complemento a su propio órgano, pequeño y discreto, se sienten incompletas y comienzan a sentir envidia de él. No sé si sea exactamente la envidia por un pedazo de carne lo que esté en el trasfondo de las ideas de Freud; tal vez sea sólo una reducción que caricaturiza la complejidad de su pensamiento. Lo cierto es que tras su formulación, otros autores, como Lacan, elaboraron la teoría de la “envidia del pene”, señalando que lo que las niñas comienzan a envidiar no es sí mismo el pedacito que les cuelga a los hombres, sino los privilegios que eso significa para ellos, esto es, el falo.

Pene y falo no son lo mismo, aunque solemos utilizar ambas palabras como intercambiables (yo misma he caído en tentación de hacerlo, en busca de sinónimos para no sobrecargar un texto). El pene es el conjunto de músculos que rodean la uretra, mientras el falo es el poder que adquieren en nuestras sociedades quienes tienen aquel órgano: el valor simbólico del pene.

En la historia, los sujetos con vagina (las sujetas) han ocupado un lugar social diferente a los sujetos con pene. El mundo público (que implica participación política y económica, poder de decisión y autonomía, entre otras cosas) fue acaparado por los hombres, mientras ellas fueron atrapadas en el mundo de lo privado, yugo del que no terminamos de salir. Hoy las cosas son muy diferentes -me dirán-, y lo son, en efecto. Pero no nos engañemos: si bien es posible identificar sustantivas transformaciones en las ideas que actualmente tenemos sobre los hombres y sobre las mujeres, en muchos aspectos seguimos haciendo valoraciones distintas (y no sólo distintas, eso es comprensible, sino también jerarquizadas) de unas y otros. Los salarios diferenciales para hombres y mujeres con igual capacidad y experiencia son una realidad, así como el fenómeno de “feminización de la pobreza” o la jurisdicción sobre los cuerpos de las mujeres (prohibición del aborto, campañas masivas de esterilización, etc.). No vayamos tan lejos: las valoraciones que tenemos sobre las conductas sexuales de las personas son diferentes, dependiendo de si son hombres o mujeres. Basta repasar muchos de los comentarios a este blog para notarlo: ciertas cosas están bien vistas en ellos pero hablan muy mal de ellas.

Lo que han hecho y seguimos haciendo las feministas es llamar la atención sobre esa escala diferencial y hacer evidente la injusticia que implica. Eso ha sido leído muchas veces como “envidia del pene”: “esas mujeres que quieren ser iguales a nosotros”. Por supuesto que no queremos ser iguales a los hombres, al menos no en el sentido de tener pene, pero sí queremos acceder a los beneficios históricos que ha significado tenerlo: ser mujeres con falo. Lo interesante es que si tod@s somos individuos con falo, el sentido mismo de la palabra se desvanece, pues éste sólo se revela en el marco de relaciones de poder, en las que unos tienen privilegios que otras no. Decir que tod@s tenemos falo sería lo mismo que decir que ningun@ lo tiene.

La apuesta feminista implica entonces pensar un mundo en el que quepamos tod@s, organizad@s de manera no jerárquica. Un sistema que no excluya a ninguna persona por razones de sexo, pero tampoco por razones de clase, de raza o de opción sexual, lo cual hace del feminismo, al menos como yo lo entiendo, también una fuerza antirracista, anticapitalista, antihomofóbica y, en general, en contra de todo intento de discriminación.

El feminismo está muy lejos de ser una “cruzada contra los hombres”. Esa ha sido sólo una campaña de desprestigio contra la propuesta feminista, dirigida por quienes no están dispuest@s a perder sus privilegios. Por supuesto: habrá mujeres que piensan así (anti-hombres), pero esa idea no está en el fundamento de nuestras iniciativas. Sostenerlo sería como juzgar a l@s deportistas, en general, como drogadict@s, sólo porque conocemos a un par de ell@s que han salido positiv@s en las pruebas de doping.

El feminismo, entonces, no tiene nada que ver con luchar contra los hombres. Al contrario, necesitamos oponernos junt@s a los sistemas que nos oprimen, por ser mujer, por ser negr@, por ser pobre, etc. Por eso existen muchos hombres feministas, que creen en la propuesta y se suman a ella. Hombres con su pene muy bien puesto (¡para fortuna de tod@s!) pero que len apostado a destruir la idea del falo.

La crisis del machismo Latinoamericano y otras fábulas fabolosas
http://eduardobus.blogspot.com/2008/05/la-crisis-del-machismo-latinoamericano.html

Mujeres Latinoaméricanas en la búsqueda de transformaciones sociopolíticas
http://www.bowdoin.edu/~eyepes/latam/mujeres.htm


Los hombres tienen una cosa entre las piernas que rige los destinos humanos. Ese pequeño apéndice colgante y sus dos anexos son la fuerza motriz que toma las decisiones mundiales.
Hace años una mujer llamada Irene Bobbit se hartó de su marido y, en vez de abandonarlo, decidió atacar donde más duele. La famosa amputación de pene tuvo cola (no pretendía hacer un juego de palabras), con toda la policía de la zona buscando el aparatillo por las cunetas y con una operación quirúrgica que hubiese hecho las delicias de Médico de Familia. El mundo entero se escandalizó. Después de la cirugía, Jhon Bobbit se dedicó a hacer películas porno durante un tiempo (no le fué mal del todo).
"YO QUIERO UN PENE"

No tiene que ser muy grande ni muy espectacular, no.
Me vale con un pene normalito, manejable,
que me quepa en los pantalones
sin tener que sentirme torero.

Quiero ponerle un nombre ridículo
para que se coja, aún más, identidad propia.

Quiero cuidarlo, mimarlo y tenerlo bien puesto,
en el sentido figurado y literal;
poner los huevos encima de la mesa
siempre que sea necesario,
o me lo pida el cuerpo.

Quiero un pene.
Quiero dejarme bigote y olvidarme de la depilación.
Quiero razcarme siempre que me apetezca,
en privado o en público.
Quiero dejar de hacer cola en el baño.

Quiero tener la razón en todo lo que hago,
el argumento mágico (porque me sale de los cojones),
la explicación inapelable.
Quiero solucionar las cosas con un par de puñetazos.
No quiero llorar nunca más.

Quiero un pene, en definitiva, para poder descubrir
sus múltiples aplicaciones y ventajas,
y para llegar a ser, con un poco de constancia,
uno de los pocos hombres que entienden a la mujer.

Ser el eslabón perdido entre el "macho man" y el hombre de verdad,
ese que no tiene miedo a desnudarse delante de una mujer.
Quizá el siglo XXI me cure la envidia del pene
y me nazca nostalgia de la igualdad, que no de lo idéntico.
Ojalá.
Elena F. Vispo


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